El multiculturalismo como
mestizaje y tejido intercultural
A la negación del otro como afirmación de la identidad propia se opone,
aunque también se complementa, el mestizaje como realidad y como discurso. En
América Latina el mestizaje racial es intrínseco a los procesos de conquista y
colonización, y la población mestiza es mayoritaria en la región.(5) El
mestizaje racial constituye, en cierta forma, la base histórica para entender
cómo se "resolvió" el tema del multiculturalismo en América Latina.
Este largo proceso es susceptible, también, de miradas distintas.
De una parte el mestizaje fue y es la forma de encuentro entre culturas.
De otra, ha sido la forma de asimilación (y aculturación) de los grupos
indígenas y afrolatinos a la cultura de conquistadores y colonizadores -y más
tarde, de republicanos y modernizadores-. El mestizaje puede entenderse como
mediación, pero también como subordinación y renuncia; como forma histórica del
encuentro, y como estrategia dominante de absorción de los dominados.
El mestizaje ha servido de palanca simbólica para instituir un
"ethos" nacional como ideología del Estado-Nación. El símbolo del
"crisol de razas", sesa en países con alta población indígena o
receptores de flujos migratorios europeos, resulta emblemático en este sentido.
La "patria mestiza" constituye así una formalización del
multiculturalismo, donde lo multicultural se transmuta en intercultural. Pero
esta idea ha sido cada vez más cuestionada. Se arguye, al respecto, que el
mestizaje constituye un tipo de mitificación que sirve de manto ideológico para
soslayar los conflictos entre culturas y, sobre todo, para enmascarar una
historia poblada de expoliaciones y exterminios de un grupo por otro. También
se afirma que el ideal de patria mestiza ha sido un dispositivo de
homogenización por parte de los Estados nacionales para constituir unidades
culturales-territoriales allí donde siempre ha campeado, aunque silenciada, la
diversidad de culturas. Finalmente, también se señala la brecha entre el
discurso y la realidad, por cuanto la invocación positiva del mestizaje no ha
facilitado el acceso de los "mestizos" al poder o a los beneficios
del progreso, sino más bien los ha compensado simbólicamente sin hacerlos
protagonistas reales del desarrollo o de la política.
Otra forma de mirarlo es pensar América Latina y el Caribe como una
región que desde sus orígenes produce y recrea su condición de
interculturalidad o "asimilación activa" de la cultura hegemonica
(desde el catolicismo hasta la modernidad) desde el acervo histórico-cultural
propio.(6) Esta condición persiste hasta la fecha, y sugiere la
idea de permeabilidad entre culturas y sujetos de distintas culturas, así como
la sincronía de distintas temporalidades históricas en el presente. América
Latina y el Caribe es intercultural porque coexiste y se mezcla lo moderno con
lo no moderno tanto en su cultura como en su economía; y porque la propia
conciencia de la mayoría de los latinoamericanos está poblada de cruces
lingüísticos o culturales. Esta interculturalidad ha encarnado en múltiples
figuras y ha recibido distintos nombres: ladinización, cimarronería, creolismo,
chenko, etc. El migrante campesino que se bate por sobrevivir en las grandes
urbes es la expresión de un sincretismo espacial; las mezclas interculturales
que genera la modernidad es también otra figura recurrente; la apertura a los
mercados mundiales y la heterogeneidad estructural también tienen una
connotación de tejido intercultural; e incluso la tradición populista
constituye un tejido sincrético en que los rasgos de la modernidad se
entremezclan con culturas políticas premodernas.
Desde esta perspectiva la identidad latinoamericana debe entenderse a
partir de la combinación de elementos culturales provenientes de las sociedades
amerindias, europeas, africanas y otras. El escritor mexicano Carlos Fuentes señala
que tiene, para América Latina, una "denominación muy complicada, difícil
de pronunciar pero comprensiva por lo pronto, que es llamarnos
indo-afro-iberoamérica; creo que incluye todas las tradiciones, todos los
elementos que realmente componen nuestra cultura, nuestra raza, nuestra
personalidad".(7) El encuentro de culturas habría
producido una síntesis cultural que se evidencia en producciones estéticas,
tales como el llamado barroco latinoamericano del siglo XVIII, o el muralismo
del presente siglo. Este tejido intercultural se expresa también en la música,
los ritos, las fiestas populares, las danzas, el arte, la literatura; y también
permea las estrategias productivas y los mecanismos de supervivencia.
Esta identidad bajo la forma de tejido intercultural ha sido considerada
tanto desde el punto de vista de sus limitaciones como de sus potencialidades.
Respecto de lo primero, se afirma que nunca ha sido del todo constituida ni
asumida. Tal es la posición que asumen, por ejemplo, Octavio Paz y Roger Bartra(8).
En la metáfora del axolote utilizada por Bartra, la identidad mexicana tendría
un carácter larvario o trunco, condenada a no madurar del todo. Como
potencialidad, la identidad mestiza aparece constituyendo un núcleo cultural
desde el cual podemos entrar y salir de la modernidad con versatilidad(9),
y con el cual podríamos —si asumimos plenamente la condición del cultural—
tener un acervo desde donde contrarrestar el sesgo excesivamente instrumental o
"deshistorizante" de las oleadas e ideologías modernizadoras.
El multiculturalismo y la xenofobia
El final del conflicto Este-Oeste, o de la confrontación ideológica
capitalismo-comunista como eje de la alineación global, otorga mayor presencia
y fuerza a conflictos y divisiones de otra naturaleza. Nacionalismos
xenofóbicos, fundamentalismos religiosos y conflictos étnicos pasan a primer
plano en la noticia, en la política nacional e internacional, y en en la
preocupación de los pueblos. Por un lado se hacen visibles, y por el otro se
recrudecen. El fin de los socialismos reales ha ido acompañado, tanto en la
ex-Unión Soviética como en Europa Oriental, de nacionalismos fuertes que, de
alguna manera, constituyen “deudas” culturales y políticas de larga data.
Lamentablemente, estas dinámicas van acompañadas de luchas cruentas entre
naciones emergentes y revitaliza la “dimensión siniestra” de la afirmación
identitaria, a saber, la discriminación racial e incluso los proyectos de
“limpieza étnica”.
Además, la mayor afluencia de migrantes internacionales y fronterizos
generan –o reviven- la xenofobia y los prejuicios raciales en los países
receptores de Europa Occidental, lo cual se exacerba si en estos últimos
aumenta el desempleo y se hacen más deficitarios los servicos sociales básicos
provistos por el Estado. Ante esta última situación, grandes contingentes de
obreros poco calificados, jóvenes desocupados y dependientes de la subvención
estatal tienden a levantar chivos expiatorios para responsabilizarlos de su
propia situación: los extranjeros que disputan puestos de trabajo y los
beneficios sociales del Estado de Bienestar. Un nacionalismo reactivo comienza
a verse en países industrializados frente a grupos étnicos de otros países que
llegan, a su vez, expulsados de sus lugares de origen por falta de oportunidades,
o bien porque a su vez se refugian de situaciones de guerra que han padecido en
sus países de origen. Las acciones de los jóvenes pro-nazis en Alemania
constituyen un triste ejemplo. Nuevos y viejos fanatismos adquieren grandes
dimensiones y generan situaciones incontrolables en regiones enteras. Algunos
de ellos se ejercen desde el propio Estado, y la consecuencia más dramática de
ello en los últimos años es el conjunto de genocidios sufridos por Bosnia,
Timor Este, Ruanda y Kosovo.
Europa se ve hoy atravesada por dinámicas contrapuestas. De una parte la
integración europea avanza en distintos ámbitos que reinscriben a sus
habitantes en un marco ampliado de pertenencia, marcado por referentes
simbólicos tan potentes como la moneda, la residencia jurídica y el derecho al
trabajo. Pero al mismo tiempo las migraciones internas en Europa y su impacto
sobre sociedades golpeadas por el desempleo, así como la fuerza de los
regionalismos y sus identidades, coloca un signo de pregunta tanto sobre el proyecto
de integración europea como sobre la convivencia entre identidades
heterogéneas. A medida que la exclusión del mundo del trabajo golpea tanto a
jóvenes nacionales como a migrantes de otros países y otras etnias, los
primeros van rechazando a los segundos. Los valores de la tolerancia y la
solidaridad social, tan caros al modelo de Estado de Bienestar y tan propicios
para un multiculturalismo proactivo, se estrellan contra el debilitamiento
–material y simbólico- de ese mismo modelo de Estado-Nación.
Un síntoma inquietante de lo anterior es el aumento de sitios xenófobos
y racistas en Internet. En junio pasado, el Centro Simon Wiesenthal con sede en
Los Angeles, sostuvo que en 1995 había sólo un website que promovía el odio
xenofóbico, y que en la actualidad existen más de 2.000. Para junio del
presente año, sólo en Alemania, el número de páginas de la web de extrema
derecha se había incrementado a 330, unas 10 veces más que hace cuatro años.
Como en Europa, también en América Latina el uso de Internet también se ha
utilizado para promover grupos xenófobos de tipo nazi. Este instrumento fue
crucial en la preparación del congreso nazi que iba a tener lugar en Chile en
abril del 2000 y que fue impedido por las autoridades chilenas, según lo
afirmaron sus propios organizadores. En el mismo mes, la organización judía
Centro Simon Wiesenthal advirtió de la existencia de al menos cinco sitios de
Internet elaborados en Brasil dedicados a la promoción del odio y la violencia.
En América Latina y el Caribe la xenofobia hunde sus raíces históricas
en la discriminación étnico-racial, sobre todo en el patrón de "negación
del otro" referido en páginas precedentes. Este imaginario cultural de
negación del otro se transfiere más tarde al otro-extranjero, sobre todo si no es
blanco y migra desde países caracterizados por una mayor densidad de población
indígena, afrolatina o afrocaribeña. Así, los migrantes paraguayos y bolivianos
en Argentina han sido, desde hace décadas, apodados como "cabecitas
negras", al igual que los aymaras del norte del país que se trasladan
hacia la metrópolis. En Chile, los migrantes peruanos y ecuatorianos de años
recientes son vistos como "cholos". En Perú los ecuatorianos reciben
el apodo de "monos", el mismo apodo con que los ecuatorianos de Quito
desprecian a los de Guayaquil. Todas estas expresiones reúnen sentimientos
xenofóbicos con la secular discriminación étnica o racial. Estos prejuicios los
padecen también los migrantes colombianos en Venezuela, haitianos en República
Dominicana, guatemaltecos en México, o nicaraguenses en Costa Rica, y todos
ellos en Estados Unidos y países europeos. Tales prejuicios se ven agravados
por el hecho de que los migrantes suelen incorporarse a una masa de
trabajadores no especializados que compiten en los mercados de trabajo de los
países receptores. Y en circunstancias en que se agrava el desempleo de la PEA
no especializada, el rechazo o desprecio hacia los migrantes también se
exacerba.
En Argentina, durante el presente año la comunidad boliviana que reside
en las afueras de Buenos Aires ha sido víctima de robos que incluyen ataques y
torturas. La discriminación de migrantes guatemaltecos en el sur de México ha
sido ampliamente documentada. En Brasil, el Departamento de Extranjeros del
Ministerio de Justicia ha reconocido la existencia de denuncias de maltrato
contra extranjeros, casi todos ellos en situación irregular. En República
Dominicana, los migrantes haitianos realizan las faenas más duras en las zonas
rurales y viven y trabajan en condiciones deplorables. Además, los dominicanos
ven en los haitianos a la población "negra" mientras ellos prefieren
verse como descendientes de etnias indígeno-caribeñas y blancos. En agosto
pasado, en Venezuela se retiró de la educación pública un texto de “Instrucción
Premilitar”, a raíz de comentarios presuntamente xenófobos. El texto escolar,
previsto para ser impartido a partir de este año en la educación media del
país, califica como "irracional" la inmigración de colombianos,
ecuatorianos, peruanos, dominicanos, cubanos y ciudadanos de otros países del
Caribe, y se los señala como portadores de "costumbres violentas",
afirmando que las "mujeres venden la carne al mejor postor" para
conseguir la nacionalidad venezolana.
Multiculturalismo proactivo:
asumiendo deudas históricas en contextos postmodernos
Las páginas precedentes sugieren que, tanto en Europa como en América
Latina y el Caribe, el actual escenario de globalización y postmodernidad
exacerba tanto el multiculturalismo (como realidad y como valor), como también
las dificultades para asumirlo proactivamente. Entiendo el
multiculturalismo proactivo como una fuerza histórica positiva capz de
enriquecer el imaginario pluralista-democrático, avanzar hacia mayor igualdad
de oportunidades y al mismo tiempo hacia mayor espacio para la afirmación de la
diferencia. Un multiculturalismo proactivo necesita conciliar la
no-discriminación en el campo cultural con el reparto social frente a las
desigualdades. Esto incluye a su vez políticas de acción positiva frente
a minorías étnicas, y también frente a otros grupos definidos por estrato
socioeconómico, identidad cultural, edad, género o proveniencia territorial.
Las políticas contra la discriminación de la diferencia (promovidas desde los
derechos civiles, políticos y culturales) deben complementarse con políticas
sociales focalizadas hacia aquellos grupos que objetivamente se encuentran más
discriminados, vale decir, en condiciones más desventajosas para afirmar su
identidad, satisfacer sus necesidades básicas y desarrollar capacidades para
ejercer positivamente su libertad.
La acción positiva debe extender los derechos particularmente a quienes
menos los poseen. No sólo se refiere esto a derechos sociales como la
educación, el trabajo, la asistencia social y la vivienda; también a los
derechos de participación en la vida pública, de respeto a las prácticas
culturales no predominantes, y de interlocución en el diálogo público. En este
contexto se combinan los desafíos del nuevo escenario con su larga historia de
negación o dominación del otro. El reconocimiento y valoración de la diferencia
tiene que hacerse cargo de la superación de cualquier idea de homogeneización
cultural, de dominación o de superioridad de una cultura en relación a otra. Es
necesario, pues, sustraer todo fundamento y legitimidad a las fuentes
históricas de desigualdades y exclusiones por razones de raza, etnia, creencia,
región o nacionalidad. El reconocimiento de la diversidad multicultural y
pluriétnica implica que los estados y gobiernos reconozcan los derechos de
estos grupos, los incorporen a la legislación –o incluso respeten sus propios
sistemas autónomos de justicia y propiedad- y provean los medios necesarios
para su ejercicio real.
El desafío es compatibilizar la libre autodeterminación de los sujetos y
la diferenciación en cultura y valores, con políticas económicas y sociales que
hagan efectivos los derechos de “tercera generación”, reduciendo la brecha de
ingresos, de patrimonios, de adscripción, de seguridad humana y de acceso al
conocimiento. Se trata de promover la igualdad en el cruce entre la justa
distribución de potencialidades para afirmar la diferencia y la autonomía, y la
justa distribución de bienes y servicios para satisfacer necesidades básicas y
realizar los derechos sociales.
Lo anterior plantea una agenda muy diversificada si se quiere responder
al reto del multiculturalismo proactivo. Dicha agenda incluye, pero a la vez
trasciende, el ámbito de las políticas culturales en sentido estricto. Valgan,
a modo ilustrativo y para motivar la reflexión, los siguientes puntos
propositivos.
En materia de educación, no sólo implica generalizar
programas bilingues en zonas donde los educandos tienen el español como segundo
idioma, sino también pasar a un modelo educativo con vocación multicultural, y
donde dicha vocación se refleje en contenidos, valores y prácticas pedagógicas.
El respeto a la diversidad étnica y cultural, la educación cívica apoyada en la
ciudadanía plena y extendida, la pertinencia curricular frente a distintas
realidades sociales y culturales con que llegan los niños a las escuelas, así
como el fomento a prácticas comunicativas basadas en el respeto al otro y la
reciprocidad en la comprensión, son elementos básicos en este cambio de
concepto.
En cuanto a la comunicación a distancia, ésta tiende a ser
cada vez más importante para incidir políticamente, ganar visibilidad pública y
ser interlocutor válido en el diálogo entre actores. Se debe, pues, prestar
especial atención en promover el acceso de los pueblos indígenas, afrolatinos,
afrocaribeños y migrantes a las nuevas tecnologías, especialmente en el ámbito
de las comunicaciones, tanto porque los capacita productivamente para la
sociedad del conocimiento, como también porque les permite mayor capacidad
colectiva en materia de gestión, organización e interlocución política. Ya en
América Latina muchas organizaciones utilizan los medios interactivos, como
Internet, para publicitar sus reclamos y formar parte de movimientos
supranacionales. También sería altamente positivo que los gobiernos, desde sus
secretarías de comunicación y organismos colegiados (como asociaciones o
colegios de periodistas y comunicadores), trabajen coordinamente con los medios
de comunicación para diseñar estrategias mediáticas que promuevan los valores
positivos de la tolerancia, la apertura al otro, el multiculturalismo y la
disposición al diálogo intercultural y "trans-fronteras". Y que
prevengan contra toda forma de comunicar que despierte xenofobias, o que
estigmatice a los otros (culturales, raciales, territoriales) por el mero hecho
de ser otros.
En relación al empleo y el trabajo, donde indígenas,
migrantes y afrolatinos enfrentan una situación de clara desventaja -y con
frecuencia, discriminación- los Estados deben fiscalizar para asegurar un trato
menos discriminatorio, y a la vez promover el acceso más equitativo a la
educación. Es preciso velar por remuneraciones iguales por iguales tareas, y
por la extensión de derechos y prestaciones sociales, de salud y accidentes y
enfermedades profesionales. Para promover mayor igualdad en acceso al empleo y
y condiciones de trabajo será necesario contemplar, allí donde sea posible,
medidas de acción afirmativa o discriminación positiva, no sólo para opciones
de empleo a las minorías, sino también para institucionalizar mecanismos que
prevengan contra la discriminación y segregación a futuro en el empleo.
En el campo de la salud, es necesario adoptar medidas
especiales para lograr que los servicios de salud y otros servicios sociales
sean más accesibles a estas poblaciones y respondan mejor a sus necesidades; y
reconocer y promover la medicina y farmacología tradicional, aceptando el
empleo de medicamentos acreditados por su uso eficaz.
Los Estados deben asegurar los derechos territoriales y
la posesión de las tierras que los pueblos indígenas han habitado y utilizado
secularmente, sea a través de normas legales generales y específicas o por la
vía del reconocimiento de los derechos consuetudinarios y los usos y
ocupaciones históricas. En contexto de autonomía y autodeterminación, como lo
fija y define el Convenio 169 de la OIT, se debe propender al establecimiento
de medidas y programas de acción para que las poblaciones indígenas administren
y gestionen sus propios territorios y recursos naturales.
Respecto de la invisibilidad de los grupos discriminados,
crecientemente las organizaciones indígenas y de afrolatinoamericanos han
planteado enérgicos reclamos. No sólo es preciso apoyar con soportes
tecnológicos y de capacitación las prácticas comunicativas de estos grupos en
una sociedad mediática. Hay que trabajar también en otros niveles. En el
relevamiento de datos, es preciso generalizar datos censales actualizados sobre
la población indígena, afrolatinoamericana, afrocaribeña y migrante, así como
encuestas de hogares que permitan recoger información sobre sus condiciones
socioeconómicas y su percepción de la discriminación. Esos datos deben, a su
vez, hacer posible la construcción de indicadores que permitan a los Estados,
las organizaciones no gubernamentales y las instancias diversas de acuerdos
políticos, plantear políticas consistentes con la situación de los grupos que
se ven discriminados social y culturalmente. En el nivel de los medios y de la
política, es importante dar visibilidad a la discriminación. Piénsese que
muchos Estados declaran que en sus países no existe discriminación racial o
cultural por el hecho de que sus constituciones lo proscriben, pero no dan
cuenta de las formas consuetudinarias que dicha discriminación adquiere. Por lo
mismo, debe apoyarse a las organizaciones y grupos de la sociedad civil que
trabajan en el combate a la xenofobia, el racismo y todas las formas de
discriminación, concediéndoles facilidades para acceder a espacios públicos,
emitir mensajes en los medios de comunicación y participar del diálogo
político.
El tema de Internet es cada vez más relevante a medida
que se extiende su uso y su influencia en la opinión pública. Especial mención
merece el aumento de los mensajes xenofóbicos y neo-nazis que circulan por la
red. Se sabe que es muy difícil regular el flujo interactivo de estas redes,
pero sí es posible emitir, tanto vía Internet como en los medios
convencionales, mensajes que adviertan a la ciudadanía (y sobre todo a los
usuarios de Internet) sobre los riesgos que implican estos grupos, y sobre el
carácter siniestro que asumen estas ideologías cuando adquieren poder y apoyo
masivos.
En síntesis: un multiculturalismo proactivo nos invita a conciliar la
afirmación de la diferencia con la igualdad de oportunidades de los distintos
grupos e identidades culturales que recorren el tejido social. Esta invitación
nos desafía, a la vez, a combinar múltiples campos de acción política, y de
diseño y aplicación de políticas. Los foros, convenios y tratados
internacionales, así como las constituciones dentro de los países, constituyen
una base jurídico-política desde la cual se puede avanzar en esta dirección.
Pero si la propia sociedad civil y los sistemas políticos no se movilizan con
imaginación e iniciativa, dicha base puede confinarse a letra muerta. Por otro
lado la globalización, tanto económica como comunicacional, va nutriendo a las
sociedades nacionales con una diversidad creciente de identidades y proyectos
colectivos, lo que provoca riesgos, conflictos y promesas. Y el tiempo apremia
si queremos se trata de inclinar la balanza hacia el lado de las promesas.
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